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jueves, 10 de diciembre de 2015

APORTACIÓN DEL ATENEO CULTURAL DE ALCÁZAR DE SAN JUAN 
VI Jornadas Solidarias sobre los Derechos Humanos organizada por
la Asociación Escuela de Oralidad y Escritura Alonso Quijano

¿CUÁL ES TU COLOR?

Yo sé que no es posible la mirada celeste,
que un color sin espejo nos rompe la hermosura.
Dime tú Nazareno, ¿ qué nos pasa a los hombres?
¿Qué misterioso gozo aprueba la tortura?
¿Cual es el fatídico placer que nos separa,
que premia los jardines y castiga las dunas,
que muerde siempre carne quemada por los soles
y apaga la mirada bañada por la luna?

El árbol de mi mano tiene las ramas secas
donde monto con miedo la voz de mi ternura,
y busco la palabra solícita de hermano
que se nos rompe por culpa de la piel oscura.
Con ellos, los pobres marginados de la tierra,
no vale la falacia falsa ni la duda.
Es fácil amontonar heridos de palabras
discursos y promesas de falsedad oculta,
que sólo ponen en su corazón más ansiedad
y no los aparta nunca de la miseria suya.
Tienen tierra en la boca para que muerda y calle.
Una miga de pan imaginario que los tortura.
¿Dónde están esos dioses amigos de los míos?
¿Dónde están los amores de la diosa fortuna?
Oscuro sueño de soledad los dejó envueltos
en los amarillentos jergones de sus cunas.

¡Cuanta moneda falsa circula Nazareno!
¡Cuantas manos cerradas, podridas por la usura!
Qué culpa tienen ellos de nacer desahuciados
en un mundo perdido cargado de amargura.
Una rabia desnuda se pierde por sus manos
cuando suplican a Dios con su oración desnuda.
Misericordia y dolor se esconde en sus miradas.
Se les quedó sin aire la voz de la cultura
y en un pupitre agrio de tierra campesina
van dibujando libros de sol y agricultura.
Es tan clara la noche, tan perfumada y pura,
que han olvidado vientos de sanguinario empeño
envueltos en torrentes de miedo y de locura.
Que pronto los forjaron humana maquinaria,
explotación y llanto de miseria oculta
en un preludio triste de risa nacarina.

No puedo decir si es sólo realidad o espuma
su sencillo amor de carne y beso penitente,
pero si que son sus manos acariciantes, duras
como un clamor que se eleva al cielo suplicante,
grito impotente que nadie en el mundo escucha.
Un ansia de cuchillo les destroza la carne,
Y el color de su sangre nos saca de la duda,
esa sangre tan roja que a todos nos iguala,
aunque sea la piel nuestra más clara o más oscura.

Mariano Lizcano

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